viernes, 30 de julio de 2010

Cañonero 24





















19-7-2010 Delta del Okabango

A las 8 salimos del hotel en un coche de safari, aquí son abiertos y con cuatro filas de asientos en distintos niveles y asientos para 10 pasajeros más el conductor. Aunque íbamos bien abrigados pasamos algo de frío, algunas veces se ve a los guiris amoratados y tapados con mantas hasta las cejas, pero ese día no fue para tanto. El paseo precioso y muy entretenido, pista con bastante arena, pero es la mar de relajado que te lleve otro, que pase los controles de plagas, que en caso de avería o problemas en la pista él se ocupe. Iba también, una chica de Kazajistan. Llegamos al pequeño embarcadero donde ya esperaban un grupo de alemanes de Rotel Tours (¿os acordáis Carlos y Lorenzo?), eran los que llevaban literas en un remolque, color rojo, ahora lo llevan todo en el mismo vehículo y lo que tiene gracia es que la gente que se apunta a este tipo de viajes son jubilados o prejubilados, todo gente ya mayorcita, comparado con los que van en las otras compañías.

Nos acomodaron a dos por mokoro (canoa construida de un tronco de árbol vaciado. Ahora también los hay de fibra, pero la nuestra era la auténtica) salvo Javi que sigue en su línea aventurera e iba solo con el capitán.

Este año, ha debido llover mucho y nos cuentan que hace dos, hubo una terrible sequía. Ahora se ven acacias y otros árboles prácticamente sumergidos.

Muchos de vosotros ya sé que lo conocéis, pero para los que no, os cuento que lo especial de este río es que desemboca en el desierto donde se expande formando canales, lagunas y acuíferos siempre poco profundos, todos estos brazos forman el delta. En resumidas cuentas, un sitio precioso y muy especial. Las aguas son frías, transparentes y permiten ver la vegetación sumergida, montones de nenúfares van abriendo sus flores blancas (también los hay nocturnos). Te deslizas suavemente por el agua elevada sobre ella apenas unos centímetros. El sistema de locomoción es el mismo que el de las góndolas, impulsando la canoa con largas pértigas. Grandes zonas de juncos del tipo de los que se usaban para enganchar los churros. Multitud de aves, de vez en cuando algunos islotes donde la vegetación es tan espesa que no permite la navegación, algunos termiteros inmensos que emergen no se sabe de donde e islas de tierra firme. La temperatura fresca y el paseo un placer. No hay motor, no hay ruido.Paramos, primero en una isla, el capitán de nuestro mokoro nos reunió muy serio para darnos una charlita de cómo comportarnos en el paseo que íbamos a dar. Allí podríamos encontrarnos con cualquiera de los “big five”. Sí aparecía un elefante teníamos que colocarnos contra el viento para que no nos oliera, si era el león todos juntos y pegados y mirarle fijamente a los ojos y que no se nos ocurriera echar a correr, si era el búfalo salir pitando, corriendo en zigzag, si venía el rino alejarte rápidamente y en cuanto al leopardo, nos dijo que mejor que le viéramos nosotros antes, porque podría abalanzarse desde su rama sobre nuestras cabezas y arrancarnos el cuero cabelludo. Imprescindible ir en fila india y sin hacer mucho ruido. En honor a Julio (experto en boñigas y gran aficionado), cagadas vimos un montón ( si no fueran tan grandes te llevaríamos una de elefante) pero bichos, lo que son bichos, no vimos ni una cabra. El guía, para entretenernos, nos contaba cosas sobre la flora local, la utilidad de diversas plantas, como ahuyentadora de mosquitos, para cosmética, como sustituto del papel higiénico…El equipo de remeros no parecía tener ningún interés ni en remar, ni en caminar más de la cuenta. El líder se puso a contarnos cuentos y adivinanzas hasta la hora del bocata. Nuevo recorrido en canoa y nuevos paseos por otras islas con idéntico resultado: fauna cero y una hora antes de lo previsto, vuelta al coche, aunque renegué, se hicieron los suecos y no sirvió de nada. ¡África siempre gana!

De vuelta, el chofer, un hombre encantador, nos explicó como ir al Moremi Nat. Park, y como sospechábamos, nos dijo que había sido una pena que no hubiéramos atravesado el Chobe, y que llevando unos bidones con gasoil no hubiéramos tenido ningún problema.

Recuperé mi pen drive en la oficina donde estuve con el Internet y de paso las gafas que también tenía descontroladas. Mi cabeza un desastre.

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